El 4 de octubre de 1876, como resultado de una lluvia intensa se desarrolló un deslave de proporciones enormes para la época. El evento se originó en las proximidades de un sitio llamado Ticomo, entre los kilómetros 8 y 9 de la carretera sur de la ciudad de Managua. Un examen de la literatura disponible sobre el evento registra que la corriente de agua bajo de Las Sierras de Managua, y recorrió unos 10 kilómetros hacia el norte. Entonces, ésta era una suerte de poblado, muy pequeño, una provincia decían algunas personas. La población de esa época denominó al evento como un aluvión, y lo asociaron casi inmediatamente a la costumbre y fe cristiana católica. De este año en adelante, la población managüense esperaba cada 4 de octubre para vivir los efectos de una lluvia intensa que fue denominado como el cordonazo de San Francisco. Recordemos que el santoral de la iglesia católica dice que el día es dedicado a ese santo. De allí se deriva la alusión popular a este fenómeno que se ha ido disipando, perdiéndose en el tiempo.
Ahora podemos reconocer más diáfanamente que se ha ido perdiendo la referencia del evento que ocurrió en el año 1876. Durante muchos años se conservó la tradición, particularmente oral, que cada 4 de octubre debía llover fuertemente en el país. Este trozo de la historia de la ciudad no está suficientemente documentada. Esta creencia, aunque lejana, todavía sobrevive, particularmente entre las personas con más edad. El evento que durante años fue conocido como el aluvión en realidad fue un deslave de proporciones enormes para esa época, prácticamente arrasó con todo lo que encontró a su paso, así lo describe la crónica escasa de la época.
El poeta Rubén Darío (1867 – 1916), padre de una escuela literaria denominada el Modernismo hispanoamericano, nos ofrece -entre su obra vasta- un poema titulado Los motivos del lobo, probablemente escrito en el año 1913. Es una recreación artística de un pasaje de la vida de San Francisco. Es un diálogo entre el santo y un lobo, con la boca espumosa y el ojo fatal, que permite ubicar en la agenda asuntos de la vida terrenal y cotidiana. El santo Francisco y el lobo, ambos hermanos, llaman nuestra atención con relación a las normas de vida, hacia esas formas de vida no apropiados que ocasionan un daño devastador, particularmente en el medio ambiente.
Debemos tener presente que la esencia de los fundamentos sobre los que se erige la vida ejemplar del hermano Francisco es el amor hacia todos los seres vivos, y no. Es la consagración de la vida al cuido de la naturaleza. Todo hace indicar que San Francisco no utilizaba el cordón para el castigo, más aún no utilizaba ese método, él era de diálogo, otorgaba prioridad al amor hacia la vida en sus diferentes formas. En consecuencia, resulta fácilmente la duda respecto a lo justo de dedicar a un santo un evento climático que deriva en desastre.
Más recientemente el Santo Padre, Francisco, nos ha ofrecido la carta Encíclica Alabado Seas sobre el cuidado de la casa común. La esencia sobre la que se fundamenta ésta es el testimonio de San Francisco con relación a los desafíos esenciales de La Madre Tierra. Con una prosa sencilla, pero profunda, aborda los asuntos más complejos que aquejan actualmente a la Creación, a la casa común. Uno lee el texto y pareciera que es una conversación sencilla de asuntos complicados. Tanto el Santo Francisco como su santidad el Papa Francisco llaman nuestra atención sobre la base de un diálogo directo, ajena a las características del entuerto, o del vericueto. Reitero, no he encontrado la utilización del flagelo, del castigo con el cordón, del golpe, del método compulsivo, sino un lenguaje que se fundamenta en el amor, en el derecho a la vida de todos los seres que habitan en la Casa Común: La Madre Tierra.
Muy recientemente, -entre el sábado 19 y el domingo 27 de septiembre de 2015- el Papa Francisco cumplió con una agenda de trabajo extensa, e intensa. Compartió ideas básicas con relación a los escenarios de riesgo que enfrenta la Casa Común. Criticó fuertemente el modelo económico que se fundamenta en la extracción y explotación de los recursos naturales, y consecuentemente ha lesionado dramáticamente a la Madre Tierra. Nuevamente llamó nuestra atención para que en el centro de la preocupación -y los caminos posibles hacia el desarrollo- se ubiquen a la persona. Pareciera que de nuevo se ha llevado a cabo un diálogo entre Francisco y el lobo, con su boca espumosa y el ojo fatal.
Entonces, retornemos al 4 de octubre. Durante varios años se denominó incorrectamente a la lluvia intensa del 4 de octubre como el cordonazo de San Francisco. El Santo tuvo una vocación hacia el cuido de la Casa Común. La lluvia intensa es parte del sistema climático. Si sobre la base de este fenómeno natural se desarrolla un evento como el deslave, entonces, debemos analizar, estudiar, reflexionar, porqué se ha producido éste. Casi seguro la actividad humana a creada condición material para un escenario de riesgo que ante una lluvia intensa se derive en un deslave. Es evidente, San Francisco predicó profundamente con el ejemplo, en el centro de su vida estaba la naturaleza.
Durante el desarrollo de nuestra vida cotidiana debemos tener presente que algunos seres humanos contribuimos socialmente al proceso de construcción de escenarios de riesgo a desastres. En consecuencia, estamos obligados al reconocimiento del riesgo, o de los riesgos. El 4 de octubre de 1876 se produjo un deslave que tuvo origen en Ticomo, al sur de Managua. Seguramente la actividad humana fue creando condiciones para le evolución del evento. Es totalmente incorrecto, e injusto, asociar este evento a un Santo que por excelencia dedicó su vida al cuido de la naturaleza. También debemos tener presente que los seres humanos podemos interactuar en los procesos de deconstrucción social del riesgo.
La fotografía de una calle de Managua de esa época circula libremente a través de internet.