Hagamos las cuentas del clima con el propósito de tener una aproximación a la crisis de éste. Como se afirma popularmente, ¡para conocer a qué atenernos! En consecuencia, es una necesidad de la vida. Durante estos días de los meses de junio, julio e inicio de agosto de 2019 han circulado ampliamente noticias dramáticas con relación al comportamiento del clima. Las fuentes son de las más diversas. Con anterioridad eran recibidas y compartidas como pronósticos de escenarios climáticos. Teníamos certeza que eran probabilidades, son asuntos del futuro, afirmábamos algunos/as. Ahora no cabe duda alguna que el conjunto de efectos adversos ante el paso acelerado del calentamiento global constituye una realidad inobjetable; es decir, es una parte sustantiva del presente. Ya estamos viviendo bajo esos efectos adversos.
Cada día hay referencia de amenazas climáticas. Hagamos la lista de estos efectos adversos. Por ejemplo, el incremento de la temperatura promedio global con sus efectos impredecibles es una realidad. Está ante nuestra mirada –en ocasiones incrédula- el proceso de descongelamiento acelerado de los casquetes polares. Pareciera que durante un período de tiempo muy corto será asunto del pasado. Nacimos creyendo que esos cuerpos de agua congelada estaban allí hasta la consumación de los siglos. Ahora tenemos algunas ideas de los eventos inducidos: incremento del nivel medio del mar con todos los efectos devastadores. Pérdida de áreas habitadas, y el desplazamiento forzado de millones de personas. La lista no termina aquí.
En diferentes países los cuerpos de agua dulce y apta para el consumo humano están expuestos a la intrusión salina. La seguridad alimentaria y nutricional se aleja de nuestras vidas. No hay actividad económica que escapa a la amenaza global. Durante estos días llegó la noticia urgente de modificación de los hábitos de consumo de la carne de res. También se afirma que la agricultura arrastra una cuota excesiva de gases que tributan negativamente ante los escenarios climáticos. En el fondo subyace el proceso acelerado de la modificación del uso de suelo. Un examen de ello, la cobertura boscosa de Nicaragua de los últimos 50 años brinda suficientes elementos que respaldan esta afirmación.
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