Hagamos las cuentas del clima con el propósito de tener una aproximación a la crisis de éste. Como se afirma popularmente, ¡para conocer a qué atenernos! Durante estos días de los meses de junio, julio e inicio de agosto de 2019 han circulado ampliamente noticias dramáticas con relación al comportamiento del clima. Las fuentes son de las más diversas. Con anterioridad eran recibidas y compartidas como pronósticos de escenarios. Teníamos certeza que eran probabilidades, son asuntos del futuro, afirmábamos algunos/as. Ahora no cabe duda alguna que el conjunto de efectos adversos ante el paso acelerado del calentamiento global constituye una realidad inobjetable.
Cada día hay referencia de amenazas climáticas. El incremento de la temperatura promedio global con sus efectos impredecibles es una realidad. Está ante nuestra mirada el proceso de descongelamiento acelerado de los casquetes polares. Pareciera que durante un período de tiempo muy corto será asunto del pasado. Nacimos creyendo que esos cuerpos de agua congelada estaban allí hasta la consumación de los siglos. Ahora tenemos algunas ideas de los eventos inducidos: incremento del nivel medio del mar con todos los efectos devastadores. Pérdida de áreas habitadas, y el desplazamiento forzado de millones de personas. En diferentes países los cuerpos de agua dulce y apta para el consumo humano están expuestos a la intrusión salina. La seguridad alimentaria y nutricional se aleja de nuestras vidas. No hay actividad económica que escapa a la amenaza global.
Examinemos algunos momentos del proceso acelerado relacionado a los cambios del clima. Durante junio de 1972 se llevó a cabo una reunión que para un grupo de personas es la I Cmubre de La Tierra. Se alojó en Estocolmo, Suecia. La participación fue mayoritariamente de ambientalistas europeos. Entonces, en esta ocasión se advirtió acerca de un futuro hostil para el clima. Se habían desarrollado eventos que al corto plazo derivarían en elementos tenores del clima. Desde esa época se presentaba indicios pesimistas para el ambiente, no era alentador para una calidad de vida óptima.
Veinte años después –junio de 1992- se llevó a cabo La Cumbre de Río, o La Cumbre de La Tierra, en Río de Janeiro. La actividad congregó a dirigentes de casi todo el planeta. Las evidencias acerca de la perturbación climática obligaban a la superación de la incertidumbre. No era para menos. Era evidente que la temperatura promedio global de 15 grados Celsius tenía una tendencia ascendente. También, para el año 1992 la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) -por ejemplo, del CO2- ya se registraban 298 partes por millón equivalentes (ppme). Era notorio que estaban en riesgo los indicadores climáticos de la era pre – industrial con consecuencias devastadoras.
Entonces se presentó una advertencia. La Cumbre de Río obligo a la profundización del análisis, se activaron las alarmas, pero también los abanderados de la industria extractivista y contaminadores se animaron e identificaron las oportunidades de mercado. Se realizaron estimaciones para los próximos 100 años, y tener una imagen de los escenarios probables. Era urgente hacer una labor con la participación de todos los países –y particularmente las 40 economías más desarrolladas, para evitar un incremento de 2 grados Celsius, se dijo. Lo más dramático, se insistió: si como resultado de las concentraciones de GEI, llegamos a las 450 ppme significará que arribamos el denominado Punto de No Retorno. El daño ya estaría hecho, aunque hipotéticamente cesaran las emisiones de GEI, la temperatura promedio global seguiría en ascenso.
Así llegamos –desde La Cumbre de Río, 1992- 23 años después a La Conferencia de Las Partes 21 (COP21 por sus siglas en inglés), diciembre de 2015. Los textos de La Decisión y el Acuerdo de París confirman lo que sospechábamos y ahora nos toca vivir el drama en carne propia. No cabe duda alguna, el daño está hecho, y se observa una tendencia creciente de la amenaza. No es un cuento chino.
Hagamos las cuentas del clima. Durante aproximadamente veintisiete (27) años la temperatura promedio global se ha incrementado en 1.2 + una fracción grados Celsius. La tendencia es creciente. Esta es la base para la identificación de las causas de olas de calor en diferentes áreas geográficas. Sin lugar a duda alguna, es la causa del derretimiento de los casquetes polares, y el consecuente incremento del nivel medio del mar. Se está incremento la exposición de las ciudades costeras marinas y sus habitantes.
También llegamos a las 400 + fracción de ppme de GEI en la atmósfera. Nos aproximamos aceleradamente al denominado Punto de No Retorno, que seguramente se presentaran escenarios catastróficos derivados de esta condición climática. Debemos reconocer que estamos probablemente en el punto inicial de los eventos que harán que la humanidad viva bajo condiciones dramáticas. Derivado de las condiciones actuales del clima resulta innecesario la realización de ejercicios con modelos climáticos para conocer un poco como sería la vida humana y de otras especies vivas en el año 2100. No es esencial la aplicación de una fórmula matemática para hacer la derivación de la calidad de vida bajo las características del No Retorno.
Desafortunadamente lo expresado en este texto no es un cuento chino. Estos escenarios constituyen el resultado de un modelo económico depredador, despiadado, que en esencia se mueve teniendo como centro la acumulación, y no a los seres humanos y otras especies vivas. El tránsito hacia el Punto de No Retorno es con paso rápido, vamos hacia el despeñadero del planeta. El imaginario no es lo suficientemente vigoroso para tener una fotografía del escenario de los próximos días. No cabe duda, la condición optimista del presente contiene una dosis elevada de pesimismo, una contradicción profunda. Es una suerte dramática de la agonía anticipada.