Hace cuarenta y seis (46) años la ciudad de Managua quedó sepultada. Se terminó el encanto singular de las direcciones únicas, atrás quedaron los cines cómplices de noviazgos prohibidos, las escuelas e institutos donde estudiamos nunca más abrieron sus puertas para recibir a estudiantes. Se acabaron aquellos parques con sus bancas y pasillos. Ya no más los templos católicos y evangélicos. Los mercados fueron arrasados, excepto el Oriental que después inclusive creció desde cualquiera de las perspectivas. Muchas de estas imágenes todavía están guardadas en mi mente. Allí están presente –como evidencia borrosa ofrecida por un daguerrotipo- los rostros con quienes compartí el salón de clases. Son muchos los recuerdos intactos de aquellos años.
Pero, regresemos al episodio de diciembre de 1972, acá en Managua. No era la primera vez que la ciudad capital sufría un episodio de esta naturaleza. Justamente a las 12.35 de la madrugada del sábado 23 de diciembre de 1972 un sismo de magnitud 6.2 grados en la escala abierta de Richter de la era moderna de medición de estos eventos destruyó el centro de la ciudad. El registro histórico indica que el evento tuvo una duración de 30 segundos, pero para quienes vivieron el drama fue como una vivencia en un tiempo mayor. Decían las personas de mayor edad de la época que fue como una eternidad; es decir, tenían la percepción que duró más tiempo. Durante la época se llegó a afirmar que más de 16.0 mil personas perdieron la vida. Nunca se tuvo una cifra del número de personas que fallecieron. En algunos documentos se registra diez (10) mil fallecidos. Nunca logramos acceder a la información que registraba a una ciudad erigida sobre un sistema de fallas local.
Poco después del primer sismo, vinieron dos réplicas. La primera de 5.0 grados a las 01:18 de la madrugada. La segunda de 5.2 grados a las 01:20 de la madrugada. Fue aterrador. Las dos réplicas terminaron de sepultar lo que quedaba en pie. Las imágenes de la noche fueron indescriptibles. Días después de la tragedia, el olor que despedían los cadáveres atrapados en los escombros de la ciudad y los que quedaron en las calles era insoportable. La situación se mantuvo hasta el mes de mayo de 1973. Una vez que se instaló el invierno y empezaron las lluvias, poco a poco, se fue disipando.
Uno de los denominados eventos inducidos sobre la base que el terremoto fue el principal es el incendio y su propagación. El sistema de respuesta de la ciudad de Managua colapsó. Se desplazaron unidades para la sofocación de los incendios de casi todo el país. Pero, la interrupción del servicio de energía eléctrica derivó en el colapsdel suministro de agua. La ciudad perdió no solo Miles de vidas, sino también sus líneas vitales como resultad
os de los eventos inducidos. Ahora durante el año 2019 la población de Managua recordará y celebrará que hace doscientos años fue elevada a categoría de ciudad.
Con anterioridad a este evento la ciudad capital ya había vivido un episodio similar el martes santo 31 de marzo de 1931, fue un segundo episodio de esta naturaleza en la historia de Managua, Nicaragua. No cabe duda alguna que la memoria de la ciudad debe ser estudiada como parte del ejercicio de preparación ante las posibilidades de desastres. Allí están las lecciones no aprendidas, y en consecuencia una parte de lo que se debería superar.
El evento sísmico de 1931 rápidamente fue asociado a la costumbre propia de semana santa. Durante años se brindó la explicación que lo ocurrido era un castigo divino, por el mal comportamiento de sus habitantes, pero Dios es amor. Y el de 1972 fue asociado a lo que se hace en ocasión de las fiestas de noche buena, en ninguno de los casos se estaba preparado/a para actuar ante el desastre. ¿Ahora estaremos preparados/as ante un evento súbito? Debemos reconocer que el país ha avanzado en materia de preparación. Cada año en mercados, oficinas, templos, escuelas, centro de educación secundaria y terciaria -entre otros centros que concentran a grupos de población- se llevan a cabo ejercicios de simulacro ante un eventual sismo. Por ejemplo, niñas y niñas han escuchado hablar y analizado qué hacer ante un sismo. Antes de 1972 no teníamos toda esa riqueza propia de la preparación.
En la búsqueda de las huellas nos encontramos que en el año 1610 la ciudad de León Viejo fue abandonada. Es considerada como la primera capital de Nicaragua. Una erupción volcánica acompañada de actividad sísmica obligó a la búsqueda de un sitio nuevo para el asentamiento de la población. Ésta se desplazó en dirección este hacia el oeste. Había sido fundada por el colonizador Francisco Hernández de Córdoba, entre finales de 1524 e inicio de 1525, junto al poblado indígena de Imabite. Ahora pertenece al municipio de La Paz Centro. Se localiza en el costado nor – oeste del Lago de Managua, y cerca del volcán Momotombo. En el año 1967 se inició un proceso de recuperación arqueológica de lo que se conoce como las ruinas de León Viejo.
Paradójicamente, donde está asentada actualmente la ciudad de León, municipio de León, ésta se ha visto afectada por las cenizas, gases y sismos originados particularmente por el volcán Cerro Negro. Se repite la historia. Recordemos que en paralelo a las costas de Nicaragua en el Océano Pacífico se erige la cadena volcánica. Tengamos presente cada una de las amenazas del país. Un porcentaje muy importante de la población de Nicaragua habita también a lo largo de esta cadena. En consecuencia, se expone a la actividad volcánica. Se debe incluir –entre otras amenazas- a la contaminación natural por arsénico de los cuerpos de agua dulce.
La literatura sobre la materia brinda información valiosa para la gestión de la actividad sísmica. Se afirma que Nicaragua es multi – amenaza. El 70.0% de la actividad sísmica que viven el país se deriva del contacto constante, cotidiano, de las denominadas placas de Cocos y Caribe. En este mismo orden, se estima que el 20:0% está asociada a la actividad volcánica. Para el caso particular de Managua, y sus alrededores, las fallas locales inducen un 10:0% de la actividad sísmica. Ahora conocemos un poco más sobre estos escenarios de riesgo. En consecuencia, la lección aprendida es que debemos seguir avanzando para lograr convivir con estos riesgos.