Riesgos climáticos… Una amenaza con la que debemos convivir, ¡adaptándonos! Esta es una reflexión de Abdel García, colaborador del Centro Humboldt, especialista en gestión de riesgos climáticos. Nuestro alimento -afirma, García- depende en gran medida de lo benévolo que sea el clima con las distintas actividades agrícolas que los producen. Cada año nuestro país se expone a episodios de riesgos pendular entre excesos de lluvia o escasez de la misma. Ambos son perjudiciales para los rendimientos productivos.
Este año no es la excepción y desde ya, los servicios meteorológicos nacionales y regionales, dan cuenta de anomalías relacionadas. Por ejemplo, el incremento de calor en las aguas de los océanos (mayor temperaturas), particularmente en el Pacífico, fenómeno que no se presentaba desde 1997 – 1998 y que podría devenir en el desarrollo del evento de El Niño (aún en proceso de monitoreo).
Este fenómeno se ve incrementado por las características insulares que presenta nuestro país, que aunque no es una isla, está rodeado de dos grandes masas de aguas. En consecuencia, al calentarse transportan masas de aire caliente que podrían incidir negativamente en los parámetros climáticos, a tal punto de reducir el régimen de lluvias drásticamente y además aumentar nuestra sensación térmica de calor.
Los pronósticos actuales prevén una entrada del invierno a partir de la segunda quincena de mayo, con precipitaciones dentro del margen normal para los dos primeros meses (mayo – 250mm y junio entre 100 – 250mm). En este mismo orden, se pronostica una canícula severa a partir del mes de julio y parte de agosto. El mes de septiembre presentará lluvias ligeramente por debajo de lo normal (conforme el registro histórico) y se prevé que el invierno se retire en la primera quincena de octubre. Nada alentador, considerando que el año pasado las pérdidas productivas en el ciclo de primera fue de un 80% para el maíz en la zona de occidente, una de las más expuestas a este fenómeno.
Los impactos son diversos, entre los principales están: reducción drástica de las precipitaciones y con ello, disminuyen nuestras reservas naturales de aguas superficiales y subterráneas. Consecuentemente, esto provocará reducción en los rendimientos productivos, impactando los medios de vida comunitarios rurales y urbanos, así mismo en la economía familiar.
Ante este escenario es importante tomar medidas que nos permitan prepararnos y adaptarnos a dichas situaciones de forma oportuna, entre las principales puedan estar:
Adecuar los momentos de siembra en correspondencia con las fechas de entrada, salida del invierno y comportamiento de la canícula, para ello será importancia mantenerse informado y observar las señales de la naturaleza.
Utilizar variedades de semillas de ciclo corto (45 días), las cuales tienen menos niveles de exposición y pérdidas. Las variedades criollas y acriolladas brindan ciertas garantías ante episodios de poca lluvia.
Manejar eficientemente las reservas de granos para consumo y semillas para siembra almacenadas comunitariamente, gestionando adecuadamente las áreas de siembra para evitar grandes pérdidas.
Promover la diversificación de los cultivos y principalmente la creación de huertos familiares de patio. La tendencia es que nos iremos paulatinamente alimentando del manejo intensivo de pequeñas áreas agrícolas.
Gestionar los suelos y aguas, implementando medidas que favorezcan la retención de humedad en el suelo. En este sentido, se hace sumamente imperante la promoción de prácticas agrícolas orgánicas y agroecológicas.
Aprender a convivir con el riesgo climático y esto consiste en evitar ser reactivos a episodios puntuales y establecer sistemas de alerta temprana que brinden información oportuna para la producción.
Pero el problema no para ahí, las condiciones cálidas de los océanos crean los escenarios propicios para posiblemente exacerbar la temporada ciclónica, la cual se activará a partir del mes de junio y de la que se espera la ocurrencia de al menos 15 y 10 ciclones tropicales para el Pacifico y Atlántico respectivamente, buen número de estos con posibilidades de convertirse en huracanes con las consecuencias conocidas.
Ante esta realidad, nuestro gran desafío es superar nuestra visión de atención de las emergencias y trascender hacia una cultura de prevención y adaptación.